jueves, 10 de septiembre de 2009
Se necesitan nuevos códigos para entender la vida, la naturaleza y la condición humana
Este es el extracto de una interesante entrevista aparecida en el diario La Jornada de México: "Para la doctora en filosofía Juliana González, “la brutal avalancha” de conocimientos y adelantos científicos confronta a la humanidad actual con la necesidad de entender que ya son otros los parámetros, las ideas, las concepciones y los valores que nos rigen.
De allí que, en su opinión, son impostergables nuevos códigos éticos y formas de pensamiento acordes con esa realidad, que ayuden a entender y resolver “los enormes problemas de orden social, político y humanístico” que se abren sobre todo en el campo de la investigación científica y la medicina, con aspectos como la clonación y el trabajo con células madres.
“Es necesaria otra forma de entender la vida, de entender la naturaleza, otra forma de entender la condición humana, y es allí donde entra la ética, para ocuparse de eso”, enfatiza la profesora emérita de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En entrevista, la también directora del Seminario de Investigación de Ética y Bioética de la UNAM destaca la importancia de la bioética como la disciplina que se ocupa de “entender lo que ocurre y seguirá ocurriendo en el campo de las revoluciones de la ciencia de la vida”.
Durante un receso del primer Coloquio Invitación a la Bioética, efectuado hace unos días en la Facultad de Filosofía y Letras, organizado por el Seminario de Investigación Ética y Bioética, que Juliana González dirige, la académica subrayó que fue a partir de la publicación de la Teoría de la evolución de las especies que se transmutó en el ser humano su concepción sobre la vida.
“Antes de Darwin, todos creíamos que las especies éramos diferentes, que éramos esencias, y eso se acabó”, detalla.
“No somos esencias, podemos transitar de una especie a otra; nosotros mismos somos un momento de un proceso evolutivo. Estamos absolutamente unidos en nuestro interior con el todo de la vida.”
Juliana González, premio Nacional en Ciencias y Artes en Historia y doctora honoris causa por la UNAM, sostiene que son tales la magnitud, la importancia y la radicalidad de los adelantos científicos, “que era previsible que la primera gran reacción a esos avances, a todos estos movimientos y cambios, viniera necesariamente de la conciencia conservadora, por llamarla de alguna manera. Es decir, que viniera una reacción brutal en sentido inverso de este movimiento de cambio, tratando de detenerlo, prohibirlo, desactivarlo”.
Tal reacción se debió a que las instituciones religiosas se han visto resquebrajadas en sus cimientos y estructuras con los nuevos conocimientos y avances científicos, y por ello ha respondido tratando de imponer “una bioética fundamentalmente religiosa, confesional, basada en dogmas de fe, en las verdades reveladas” que a toda costa trata de impedir el desarrollo científico o al menos imponerle una moratoria.
Frente a esa circunstancia, la titular de ese seminario –creado este año y que en la actualidad agrupa a 35 especialistas– considera que “la Iglesia o las iglesias en general, aunque sabemos cuál es la más cercana, o se transforma y se pone al día, o creo que va a terminar.
“De hecho está terminando, ha perdido autoridad moral por todos lados. Dónde está la fuerza, la palabra nueva que realmente pueda tener la Iglesia para los propios creyentes. Si yo fuera uno, me sentiría tan profundamente defraudada, tan fuera de tiempo.
“Ortega y Gasset decía: necesitamos una filosofía a la altura de nuestro tiempo, y yo agregaría que necesitamos también religiones a la altura de nuestro tiempo.
“Las religiones, en principio, no creo que vayan a terminar nunca; creo que la religiosidad es una forma de vida humana que tiene su razón de ser, ¡ay, pero, por Dios, otra cosa!”
De allí que, en su opinión, son impostergables nuevos códigos éticos y formas de pensamiento acordes con esa realidad, que ayuden a entender y resolver “los enormes problemas de orden social, político y humanístico” que se abren sobre todo en el campo de la investigación científica y la medicina, con aspectos como la clonación y el trabajo con células madres.
“Es necesaria otra forma de entender la vida, de entender la naturaleza, otra forma de entender la condición humana, y es allí donde entra la ética, para ocuparse de eso”, enfatiza la profesora emérita de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En entrevista, la también directora del Seminario de Investigación de Ética y Bioética de la UNAM destaca la importancia de la bioética como la disciplina que se ocupa de “entender lo que ocurre y seguirá ocurriendo en el campo de las revoluciones de la ciencia de la vida”.
Durante un receso del primer Coloquio Invitación a la Bioética, efectuado hace unos días en la Facultad de Filosofía y Letras, organizado por el Seminario de Investigación Ética y Bioética, que Juliana González dirige, la académica subrayó que fue a partir de la publicación de la Teoría de la evolución de las especies que se transmutó en el ser humano su concepción sobre la vida.
“Antes de Darwin, todos creíamos que las especies éramos diferentes, que éramos esencias, y eso se acabó”, detalla.
“No somos esencias, podemos transitar de una especie a otra; nosotros mismos somos un momento de un proceso evolutivo. Estamos absolutamente unidos en nuestro interior con el todo de la vida.”
Juliana González, premio Nacional en Ciencias y Artes en Historia y doctora honoris causa por la UNAM, sostiene que son tales la magnitud, la importancia y la radicalidad de los adelantos científicos, “que era previsible que la primera gran reacción a esos avances, a todos estos movimientos y cambios, viniera necesariamente de la conciencia conservadora, por llamarla de alguna manera. Es decir, que viniera una reacción brutal en sentido inverso de este movimiento de cambio, tratando de detenerlo, prohibirlo, desactivarlo”.
Tal reacción se debió a que las instituciones religiosas se han visto resquebrajadas en sus cimientos y estructuras con los nuevos conocimientos y avances científicos, y por ello ha respondido tratando de imponer “una bioética fundamentalmente religiosa, confesional, basada en dogmas de fe, en las verdades reveladas” que a toda costa trata de impedir el desarrollo científico o al menos imponerle una moratoria.
Frente a esa circunstancia, la titular de ese seminario –creado este año y que en la actualidad agrupa a 35 especialistas– considera que “la Iglesia o las iglesias en general, aunque sabemos cuál es la más cercana, o se transforma y se pone al día, o creo que va a terminar.
“De hecho está terminando, ha perdido autoridad moral por todos lados. Dónde está la fuerza, la palabra nueva que realmente pueda tener la Iglesia para los propios creyentes. Si yo fuera uno, me sentiría tan profundamente defraudada, tan fuera de tiempo.
“Ortega y Gasset decía: necesitamos una filosofía a la altura de nuestro tiempo, y yo agregaría que necesitamos también religiones a la altura de nuestro tiempo.
“Las religiones, en principio, no creo que vayan a terminar nunca; creo que la religiosidad es una forma de vida humana que tiene su razón de ser, ¡ay, pero, por Dios, otra cosa!”
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