Una vez más viene en auxilio de este blog el jurista Don Pedro Pinto Sancristoval. En las siguientes líneas, y a colación de la columna de Federico de Montalvo en la Tercera de ABC - "Vacunación obligatoria" - que incluíamos en la anterior entrada del blog a propósito de la vacunación como deber moral, el autor pone en evidencia las multiples contradicciones de las supuestas "vacunas" (técnicamente hablando) y la incidencia real que su dispensación puede tener en la sociedad.
"La llamada del autor al
discernimiento me parece uno de los grandes aciertos de su artículo, porque en
torno al covid se echa de menos un análisis sosegado e independiente de las
opciones disponibles para sortear la enfermedad, pues cualquier posición que se
aparte un ápice de la adhesión entusiasta a la vacuna como panacea contra el
covid o introduzca siquiera un matiz en cuanto a su eficacia es inmediata y
generalizadamente motejada como negacionista o, en el mejor de los casos,
antivacunas.
Sin embargo, poner de manifiesto
que las llamadas vacunas contra el covid no inmunizan frente a la enfermedad no
es ser negacionista, sino sencillamente tomar nota de un hecho evidente: que, a
diferencia de las genuinas vacunas, las así llamadas contra el covid carecen de
eficacia inmunizadora relevante, como lo prueba la enorme cantidad de personas
que, pese a su pauta completa de vacunación, se contagian de coronavirus,
algunas varias veces, lo que no ocurre con el sarampión, la viruela o la
rubeola. De hecho, las llamadas vacunas contra el covid se publicitan afirmando
que su eficacia no consiste en que, como las genuinas vacunas, eviten el
contagio -aunque parece ser que reducen en alguna medida incierta su
posibilidad- sino en que mitigan muy significativamente la gravedad de los
síntomas en caso de infección. Es decir, participan más de la naturaleza de la
profilaxis o los tratamientos preventivos que de las vacunas, pues, dicho en
lenguaje llano, te contagias igual pero lo pasas mejor. Y, sobre todo, parece
que las probabilidades de morir se reducen significativamente, lo que no es
poca ventaja.
Si a eso se le suma que para llevar
una vida social normal se exige un pasaporte covid y sólo eso, lo que en
definitiva se está haciendo es convertir en involuntarios vectores de contagio
a quienes, por creerse inmunes sin serlo, acuden a restaurantes, viajan en
avión o visitan un museo gozando de ilimitada libertad de movimientos merced a
su certificado de vacunación, porque la raya social no se ha establecido entre
sanos y enfermos, sino entre vacunados y no vacunados, lo que sería desde luego
razonable si la vacuna fuese eficaz como inmunizante, pero carece a mi juicio
de justificación cuando la vacuna no tiene eficacia inmunizadora relevante.
Porque para el acceso a locales no se exige probar (en la medida en que lo
permitan los medios diagnósticos disponibles) que uno está sano o no contagia,
sino solo que está vacunado, es decir, que es contagiable y contagiador, aunque
enfermará menos gravemente.
Esto es, a mi entender, algo sobre
lo que debería reflexionarse con carácter previo a definir la vacunación
covidiana como deber moral, pues con frecuencia el debate sobre las vacunas
covid parte de la premisa axiomática de que vacunarse es una decisión
necesariamente buena para la sociedad, y eso es algo que está por demostrar".