jueves, 5 de marzo de 2015
"Por qué nos fuimos (y por qué volveríamos)". LA CRISIS DEL CSIC Y DE LA CIENCIA ESPAÑOLA.
Demoledor artículo de opinión suscrito por tres destacados científicos españoles que relata la crisis de una institución como el CSIC, y por extensión de toda la infraestructura de investigación en España, que nos hace recordar lo manifestado en innumerables ocasiones por científicos españoles "exiliados" que relatan que más que los recortes económicos lo que les ha decicido a irse fuera de España es la falta de apoyo al mérito y a la excelencia; recordemos que uno de los firmante, Oscar Marín, tal como ya habíamos destacado en este blog, dijo que "los científicos no tienen que ser funcionarios".
"El año pasado tomamos la decisión de hacer las maletas y establecer nuestros
laboratorios en otros países. Hasta entonces habíamos dirigido líneas de
investigación en España, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas
(CSIC) que, por indicadores objetivos, se podrían señalar como referentes
internacionales en nuestros respectivos campos. Seguimos en nuestra marcha el
camino iniciado por investigadores más jóvenes, que fueron, y siguen siendo,
expulsados del sistema por el brutal adelgazamiento de las plantillas y
programas de contratación. A este adelgazamiento forzoso se une ahora uno
voluntario y mucho menos numeroso de científicos establecidos que, como
nosotros, deciden marcharse.
Emilio Lora-Tamayo, presidente del CSIC, ha explicado esta marcha de
investigadores establecidos por la oferta de “cheques de varios ceros”, lo que
supone confundir en el diagnóstico causa con efecto.
El efecto es que nos hemos marchado y lo hemos hecho a instituciones que
consideramos que ofrecen las mejores condiciones para continuar nuestra
investigación, incluyendo remuneraciones competitivas a escala internacional.
Pero esas ofertas no han surgido de repente; las hemos venido recibiendo con
asiduidad, por lo que difícilmente puede ser esta la causa de nuestra
marcha.
La causa es el hastío de un sistema de investigación público en España
incapaz de adaptarse a las necesidades actuales. Ejemplos de esta disfunción son
las trabas a la contratación de científicos extranjeros, los largos plazos para
la contratación de personal y, en resumen, la falta de flexibilidad
administrativa. Este problema ha sido reconocido desde hace décadas, pero hemos
sido incapaces de afrontarlo con valentía incluso sabiendo cuál es la solución,
que dicha solución es factible y que, además, es económicamente rentable. Por si
todo esto no fuera suficientemente trágico, en los dos últimos años hemos
asistido a un empeoramiento de estas condiciones, al menos en el CSIC, donde se
ha dado la conjunción de tres niveles de deterioro.
El sistema público de investigación en España es incapaz
de adaptarse a las necesidades actuales
Los científicos no somos un grupo al margen de la sociedad, a la que servimos
y en la que estamos imbricados directamente. Así hemos soportado solidariamente
los sacrificios (rebaja sustancial de ingresos y de días de vacaciones), aumento
de impuestos y limitaciones de servicios y prestaciones sociales que han venido
soportando todos los trabajadores en España. Es el primer nivel de
deterioro.
El segundo nivel afecta específicamente a la actividad científica, castigada
con una caída importante de la financiación. Esta, a su vez, se ve agravada por
el secuestro de convocatorias de financiación por parte del Ministerio de
Hacienda, de manera que el exiguo presupuesto no se ha llegado a ejecutar en los
pasados ejercicios. Han desaparecido programas de apoyo a la ciencia y formación
de jóvenes investigadores y se han deteriorado las infraestructuras. Frente a
esto nos sobrepusimos recurriendo a fuentes de financiación internacionales para
capear el temporal de la escasez de recursos a escala nacional.
Sin embargo, la puntilla que nos ha llevado a marcharnos y que es específica
del CSIC es el empeoramiento de las condiciones para hacer ciencia de calidad en
los últimos años. En 2013, el presidente del CSIC envió un escrito a los
investigadores anunciando que se incautaba de fondos de investigación, obtenidos
de fuentes competitivas externas al CSIC; a la vez que congelaba, durante ocho
meses, el acceso a los fondos de proyectos en ejecución y suspendía todos los
compromisos de financiación asumidos con instituciones nacionales e
internacionales. Todo ello innecesariamente, pues se hacía en aras a un plan de
“viabilidad” para atajar un déficit que se resultó ser, en buena medida, una
ficción derivada de errores contables de bulto, como señaló la Intervención
General de la Administración del Estado. Es decir: a un “corralito” científico,
el presidente del CSIC sumaba una quita a sus propios investigadores. Estas
medidas insólitas afectaban con mayor gravedad a los investigadores más activos,
con más proyectos competitivos y, por tanto, con equipos mayores y compromisos
de investigación más exigentes. Además, se introdujeron nuevas medidas
burocráticas que, bajo la apariencia de aumentar el control del gasto, lo único
que consiguieron fue dificultar aún más nuestro trabajo.
No hay excusas para aplazar más la profunda renovación de
I+D que requiere el país
La triste realidad es que el CSIC del siglo XXI es mucho peor que el de hace
sólo unos años. Los investigadores más brillantes ya no se incorporan
mayoritariamente al CSIC, sino que lo hacen en otras instituciones españolas más
ágiles y competitivas. Y no es solo porque el CSIC apenas contrate hoy en día,
sino porque, en gran medida, ha dejado de ser el referente científico de nuestro
país. No queremos ser investigadores en una institución anclada en la añoranza
de un pasado que creímos haber dejado atrás. Esa, y no los cheques de muchos
ceros, es la causa de nuestra marcha.
¿Qué cambios deberían producirse para que de una vez por todas pongamos las
bases de un sistema de I+D moderno y funcional en nuestro país? Por encima de
todo, darse cuenta de que ya no es suficiente con poner parches a un sistema
fallido, sino que hay que reinstaurar el sistema. Si el CSIC fuese un banco, la
solución sería crear un nuevo organismo y dejar el actual CSIC como un banco
malo en el que queden todos los activos tóxicos a extinguir. Los activos
rentables, que siguen siendo muchos, irían pasando, a través de procedimientos
de selección rigurosos, a un nuevo organismo en el que ni los investigadores ni
el personal administrativo o de apoyo serían funcionario; contarían con salarios
más equiparables a los de países de nuestro entorno modulados en función de sus
méritos; y el presidente dejaría de ser un comisario político nombrado por el
Gobierno para ser un científico de prestigio seleccionado mediante concurso
internacional, como en las mejores instituciones de investigación del mundo, con
un consejo asesor internacional con capacidad de influencia real sobre el
gobierno de la institución. Dicho organismo apoyaría la excelencia y fomentaría
las facilidades administrativas para que sus científicos tuvieran capacidad de
gestionar proyectos competitivos. Comprendería las reglas del juego de esta
actividad internacional que llamamos Ciencia.
No estamos proponiendo una fantasía. Estos modelos de contratación de
investigadores existen en Cataluña (ICREA) desde hace años y, más recientemente,
en Euskadi (IKERBASQUE). Y existen centros de investigación en España que han
adoptado procedimientos de gestión modernos y eficaces, libres en gran medida de
la burocracia que atenaza al CSIC. Han incorporado a los mejores científicos
independientemente de su procedencia y, a partir de ahí, el sistema funciona
solo: los científicos que lideran sus campos son capaces de atraer la
financiación más competitiva y los mejores talentos. Como consecuencia, el
sistema no solo no es costoso, sino que proporciona beneficios. El gasto público
en la contratación de estos científicos de excelencia se compensa con creces por
el retorno en forma de costes indirectos de sus proyectos y el círculo virtuoso
que lleva al crecimiento de un ecosistema basado en conocimiento e innovación en
torno a las instituciones que les apoyan.
Llevamos dos o tres décadas con un diagnóstico certero, sabemos cuál es la
solución y hemos comprobado una y otra vez que dicha solución no solo crea
calidad científica sino que es económicamente rentable. No hay excusas para
aplazar un día más la profunda renovación del sistema público de I+D que
requiere nuestro país".
Jordi Bascompte es catedrático de Ecología en el Institute
of Evolutionary Biology and Environmental Studies, University of Zurich, Suiza.
Carlos M. Duarte es catedrático de Ciencias Marinas en la King
Abdullah University of Science and Technology, Arabia Saudí. Óscar
Marín es director del MRC Centre for Developmental Neurobiology King’s
College London, Reino Unido. Los tres son profesores de Investigación del CSIC
en excedencia.
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