miércoles, 4 de mayo de 2016
Artículo sobre la gestación subrogada
Reproduzco una muy interesante reflexión del periodista Arcadi Espada sobre la gestación subrogada en las páginas del diario El Mundo.
Hemos
encargado un bebé
ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 01/05/16
Mi liberada: Hace un mes, en la Asamblea de
Madrid, te viste en malas compañías. Podémicos, socialistas y una parte de los
populares tumbaron una razonable propuesta de Ciudadanos para regular la
gestación por encargo. Es decir, la de aquellas mujeres que después de concebir
un hijo con óvulos ajenos o propios lo entregan a padres que se ocuparán de su
crianza. Al parecer esa práctica sólo puede hacerse con garantías en Estados
Unidos y Méjico, pero el aumento de la demanda ha añadido países asiáticos y
eslavos donde las garantías son más frágiles.
Cerca de mil bebés concebidos bajo ese pacto
llegan a España cada año. El precio, cuando lo hay, y lo hay la gran mayoría de
las veces, oscila entre los 60.000 y los 100.000 euros. Conviene su regulación,
y de ahí la iniciativa parlamentaria de C’s, partido que es un brillante
ejemplo de gestación por encargo y que en este tipo de asuntos es donde muestra
su cara mejor y más necesaria.
Una amalgama de religiosidad, feminismo y caspa,
distribuida entre algunos diputados del Partido Popular, PSOE y del partido
Podemos, hizo imposible la aprobación de la propuesta. Como comprenderás, a la
frustración por que decaiga una de esas iniciativas tan raras, valientes y
profundamente políticas, añado la satisfacción que me causa ver en acción y
comandita a los reaccionarios de todos los partidos, ese grupo que es la causa
auténtica del bloqueo español, y a los que, cual Hayek, pienso dedicar algún
día un grueso volumen de la esperada serie El malentendido.
La gestación para otros plantea interesantes
asuntos morales que ya se reflejan en las propias dificultades de denominación.
Una cierta corrección, ¡inmobiliaria!, llama al proceso gestación subrogada,
porque le disgusta madres o vientres de alquiler, como se las ha venido
llamando. Argumentan que en esa gestación hay altruismo, que muchas veces la
madre transitoria ni siquiera cobra y que, por tanto, la alusión económica es
degradante. Pero más que disfrazar un móvil económico lo que pretenden es
rechazar el carácter de cosificación de la mujer que sus críticos, encaminados
por las filósofas éticas de guardia, atribuyen al proceso.
No hay duda que la cosificación es un asunto
imponente. Hasta ahora designaba la vieja práctica de los fabricantes de coches
cuando colocaban en sus anuncios una hermosa mujer tendida sobre alfombra de
leopardo, mientras le guiñaban un ojo al comprador y le auguraban que comprando
ese tipo de coche tendría ese tipo de mujeres. Luego derivó hacia otros muchos
ejemplos, abrumadoramente vinculados al erotismo y al negocio. En todos los
casos las prohibiciones mostraban el respeto a la libertad individual que
caracteriza esas filosofías. Pero, al menos, cada mujer tendida era consumida
por millones de machos salvajes y secretamente envidiada, acaso, por unas
cuantas degeneradas. Es decir que se trataba de una exhibición pública de la
cosa, que desde el punto de vista de las patrullas cosificadoras podía
propiciar el arquetipo.
¿Pero cuál es la cosa, ¡la cosa en sí!, que
exhibe, con violenta humillación para su género, según parece, la mujer que
acepta convertirse en gestante por razones que incluso pueden tener que ver con
la seca solidaridad humana? ¿Y qué diferencia esa práctica de la donación o
venta de óvulos, o de semen, actividades sobre las que yo no he oído nunca la
menor alusión cosificadora? ¿Y qué hay, en el mismo sentido cosificador y
analógico, de las nodrizas, cuya imperturbabilidad vacuna salvó la vida de
tantos frágiles nacidos, y que establecen no ya con el feto, sino con la propia
criatura, una profunda intimidad orgánica?
A la gestación por encargo (veo ahora que esta
manera mía de llamarla quizá pueda tener que ver con aquel tierno eufemismo de
los adultos de entonces, cuando decían haber «encargado» un bebé) sólo pueden
oponerse con franqueza los problemas morales de cualquier otro tipo de
modalidad de reproducción asistida: los que se derivan de la enorme y lacerante
cantidad de niños abandonados. Pero ese problema moral afecta por igual a los
que hacen bebés y a los que los encargan.
Lo que la ciencia propicia es que unos y otros puedan
plantearse en igualdad de condiciones el problema moral. Y puedan decidir si su
paternidad debe ser, por así decirlo, solidaria u obedecer a la imperiosa orden
shakesperiana, pasada aquí por García Calvo: «Mira a tu espejo, y di a la faz
que en él reflejas: ‘Ya es tiempo que esa faz se copie en otra plana; que si
hoy su fresco apresto no reparas, dejas burlado al mundo, a alguna madre seca y
vana. Pero si vives para no dejar testigo, muere solo, y tu imagen morirá
contigo’».
Los reaccionarios, sin embargo, tienen un aliado
imprevisto en esos defensores sumarios de la gestación por encargo que
pretenden identificarla sin más con la gestación convencional, que inventan
eufemismos para oscurecer lo más posible su realidad y que desconfían de la
discusión ética que los nuevos conocimientos reclaman. Es probable que todo lo
que puede hacerse se acabe haciendo, pero no sin discusión, porque la discusión
también es conocimiento. La gestación por encargo afronta, por ejemplo, una
cierta incertidumbre sobre la transmisión al feto de rasgos no contenidos en el
ADN de partida: la gestación no es un proceso neutro.
Estas incertidumbres se ven al trasluz en algunas
de las condiciones, impuestas o aconsejadas, que figuran en los protocolos de
relación entre la madre gestante y… ¡la subrogada!, antes, durante y después
del parto; protocolos de rígida distancia física y psicológica, que imitan los
de la adopción, pero que se enfrentan a una realidad distinta: no es
lo mismo gestar, parir y luego abandonar un feto que lleva siempre el ADN de la
gestante, que gestar y parir a un feto genéticamente ajeno en la gran mayoría
de casos y concebido para su entrega a otro. Y lo mismo desde el punto de vista
de los que serán padres permanentes: no es lo mismo adoptar al hijo de otro que
entregar a otro la gestación de tu hijo.
No digamos ya hasta dónde puede llegar la
incertidumbre y la discusión cuando se examina la posibilidad de que dos padres
del mismo sexo conciban un hijo que sea el fruto genético de ambos: la
reprogramación genética quizá permita hacer óvulos o espermatozoides a partir
de células de la piel y eso significa que un miembro de la pareja aportaría el
ADN del óvulo y el otro el del espermatozoide. El único umbral que separaría a
dos padres masculinos sería, precisamente, el de la gestación.
Como habrás visto, mi exposición prescinde de los
argumentos católicos, esa fe que a tu liberada manera también profesas. Hace
mucho tiempo que el catolicismo se apartó de la discusión para inclinarse por
el anatema. Y no acabo de comprenderlo. Al fin y al cabo todos estos meandros
de la ciencia y de la vida sólo hacen que dar satisfacción al viejo axioma sin
pecado concebida.
Pero sigue, ciega, tu camino.
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