lunes, 21 de octubre de 2024
EL ENCARNIZAMIENTO TERAPÉUTICO Y LA IGLESIA CATÓLICA.
El ensañamiento terapéutico, también denominado encarnizamiento terapéutico, se refiere a la intervención médica que prolonga el proceso de morir mediante el empleo de medios extraordinarios o desproporcionados, aun cuando no exista una expectativa razonable de recuperación. Este enfoque terapéutico no tiene como objetivo la curación, sino el retraso del desenlace inevitable, lo que puede conllevar un incremento significativo en el sufrimiento físico y psicológico del paciente.
El concepto de ensañamiento terapéutico se caracteriza por tres elementos fundamentales:
1. Ineficacia terapéutica: Los tratamientos aplicados no ofrecen un beneficio clínico significativo en términos de mejora o curación del paciente.
2. Desproporcionalidad de los medios: Los recursos empleados no guardan una relación adecuada entre el riesgo asumido y los beneficios esperados.
3. Sufrimiento añadido: Las intervenciones prolongan innecesariamente el proceso de agonía, infligiendo dolor adicional o comprometiendo la dignidad del paciente.
Desde el punto de vista ético, es relevante considerar la postura de la Iglesia Católica, la cual sostiene que la dignidad humana en la etapa final de la vida implica el derecho a una muerte serena, preservando la dignidad personal.
El Magisterio de la Iglesia enfatiza que cualquier acto médico debe orientarse a la preservación de la vida, no buscar la muerte. Aunque la medicina moderna dispone de técnicas que permiten prolongar artificialmente la vida, estas no siempre proporcionan un beneficio real para el paciente. En situaciones de muerte inminente e inevitable, es éticamente lícito y científicamente razonable la decisión de suspender aquellos tratamientos que únicamente prolongarían la vida de manera precaria y dolorosa. No obstante, esto no implica la omisión de cuidados básicos, tales como la hidratación, nutrición y otras intervenciones que mantengan las funciones fisiológicas esenciales, siempre y cuando el organismo del paciente sea capaz de beneficiarse de ellas. No podemos dejar de mencionar la postura del "doble efecto", perfectamente admitida por la Iglesia en que, cuando la muerte es inevitable, el hecho de tratamientos con objeto de evitar el sufrimiento pueda adelantar la muerte. Es una cuestión de intenciones, no se busca la muerte sino aliviar el sufrimiento.
La renuncia a terapias extraordinarias o desproporcionadas no debe ser interpretada como eutanasia ni suicidio asistido, sino como una aceptación de la condición humana frente a la muerte. Esta decisión refleja una evaluación ponderada de los beneficios y limitaciones de los tratamientos, considerando la calidad de vida del paciente. Además, puede respetar la voluntad del enfermo, manifestada en sus directivas anticipadas, siempre que no implique un acto eutanásico o de suicidio asistido.
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