viernes, 16 de agosto de 2019
Misión: ¿salvar a los bebés?
Volvemos a tener la fortuna de contar con la colaboración del Jurista Don Pedro María Pinto Sancristoval, quien ya, en noviembre de 2017, nos deleito con un estupendo texto acerca de la gestación subrogada (La amante de Lord Chatterley).
Ahora entra de lleno en lo que entiendo la contradicción vital del llamado hombre posmoderno, donde el relato se antepone a la realidad, y en el caso del aborto se expone con toda crudeza. Su propia experiencia vital le sirve de ejemplo para demostrarlo.
"Leí hace poco, y con no escaso asombro,
este reportaje
en la sección de Naturaleza de una revista de gran difusión.
Obsérvese la redacción de frases entresacadas del artículo que respetan su idea
esencial:
“Misión: salvar a los bebés.”
“El bebé está plegado sobre sí
mismo, y es posible ver su silueta y sus movimientos. Si la gestación termina
con éxito, los recién nacidos, que miden unos diez centímetros, se trasladan a
unos tanques de cuarentena, donde serán alimentados durante varias semanas. Hay
un momento crítico: cuando empiezan a comer. Entonces se ve si podrá valerse
por su cuenta. Cuando los científicos consideran que está preparado para
desenvolverse por sí mismo, llega el momento de devolverlo a su medio. Y cerrar
así un ciclo que quedó interrumpido por la intervención humana. Es una
obligación moral.”
Ahora intente recordar el
lector cuándo fue la última vez que en un medio de gran difusión oyó hablar,
refiriéndose a nuestra especie, de bebés en gestación, y no digamos de remarcar
sus cualidades de ser humano en ciernes. Por mi parte, recuerdo aún cuando
esperábamos a nuestra hija, y todos los profesionales que trabajaban para
procurar su correcto nacimiento se referían a ella como el bebé primero o la
niña cuando tal concreción (luego hemos sabido que indebida y prematura
presunción de su identidad de género sobre la mera base de caracterizaciones
anatómicas), cuando tal concreción, digo, fue posible; todos, hasta que
llegamos a la consulta del profesional que iba a llevar a cabo el screening
que podía determinar la probabilidad de que nuestra hija padeciera el síndrome
de Dawn. Para los no iniciados en estas lides, tal vez convenga aclarar que
hace catorce años la eventual detección de este síndrome operaba en dos fases:
una primera, inocua para el bebé, en la que una simple ecografía combinada con
un análisis de sangre podía fijar una probabilidad estadística, que en una
segunda fase se concretaba mediante una prueba, la amniocentesis, cuya
ejecución sí puede suponer un riesgo para la criatura. Obvio es que la decisión
de someterse o no al screening no se toma en razón de condicionantes
morales, sino de tipo práctico, pues sin causar el menor daño al bebé se puede
obtener una probabilidad de que padezca una enfermedad y, si ésta es relevante,
los padres pueden hacerse a la idea e incluso ir llevando a cabo indagaciones
sobre las mejores pautas de actuación para llevar del mejor modo posible la
enfermedad de su hijo.
Sea como fuere, lo cierto es
que, durante todo el proceso de gestación, el único profesional que se refirió
a nuestra hija, desde que entramos en su clínica, como “feto”, fue quien iba a
hacer ese diagnóstico puramente estadístico, que para conciencias con formación
diferente de la nuestra es la antesala de la industria del aborto, pues si esa
probabilidad resulta ser elevada, la siguiente indicación es la amniocentesis
y, a continuación, si el diagnóstico se confirma, la intervención eugenésica
del hombre para poner fin a la gestación de un bebé que no se considera digno
de vivir.
Por eso la terminología del
artículo que comento me resulta tan hiriente: porque comparto con el autor la
convicción de que hacer todo lo posible para evitar que la acción humana
cercene una vida en formación es, sin duda alguna, un deber moral inexorable,
pero, por alguna razón que al mundo contemporáneo puede parecer extravagante,
tengo al hombre en un nivel axiológico diferente del estrictamente animal. Como
siempre que se iguala indebidamente, la personificación de los semovientes
tiene el inevitable correlato de la mucho más peligrosa cosificación de las
personas, de manera que socialmente acaba pareciendo natural la aberración
conceptual de que mi hija sea un feto y un cachorro de tiburón, un bebé. De que
el aborto humano sea un derecho y la salvación del bebé de tiburón, un
imperativo moral."
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