jueves, 31 de enero de 2013
LA INVESTIGACIÓN EN LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA
La Monografía “Universidad, universitarios y productividad en España” (Pérez García/Serrano Martínez; Pastor Monsálvez et al. Fundación BBVA 2012) pone en evidencia ciertos aspectos de la investigación en la Universidad Española a través de una serie de datos incontestables.
No es la primera vez que nos aventuramos en el tema de la Investigación en España. Mencionábamos en su dia que en biotecnología -la aplicación de la ciencia y la tecnología a organismos vivos- despegaba en España en lo que se refiere al número de investigadores, empresas y publicaciones científicas, pero este auge apenas se traducía en patentes. Así lo ponía de manifiesto el informe Relevancia de la Biotecnología en España 2011, elaborado por la Fundación Genoma España que analizaba la evolución del sector entre 2000 y 2010. “Las patentes siguen siendo aún muy bajas. Continuamos sin ser capaces de transformar el conocimiento”.
Resaltábamos también en su día la opinión de Santiago Hernández, catedrático de Biología de la ULPGC cuando decía que "siempre me he mostrado en contra de que se den los fondos a los rectores, el dinero se lo tienen que dar a los investigadores. Los Rectores se lo gastan en pagar a los amigos", dice. "Nunca dejamos de pedir proyectos, vivimos de eso, la Universidad y la Comunidad nunca nos ha dado un duro y hemos traído mucho dinero a esta Universidad. Seguiremos viviendo de eso", agregó. "La ciencia, nos guste o no, es competitiva y el dinero hay que dárselo a los mejores investigadores y a las mejores ideas. La Plocan, por ejemplo, son 50 millones de euros para alguien que tiene menos currículum que mi becario. Así está el país, hundido, porque se hace todo por amiguismo".
Este paisaje, de por si desolador, se ve refrendado por el referido Informe de la Fundación BBVA. Reconoce defectos inherentes a nuestra Universidad en varios aspectos, como, primero, “financiar tiempo para la investigación a todos los docentes, aunque no la realicen”; segundo, “simular que la investigación es en todos los casos clave para la selección del profesorado, aunque en realidad no vaya a ser una actividad regular y relevante en una buena parte del sistema”. A consecuencia de esa falta de reconocimiento de la mayor o menor especialización en investigación, la asignación de los recursos a la financiación de estas actividades resulta ineficiente, en perjuicio de las personas, unidades e instituciones que más las realizan.
Según los datos disponibles, “la investigación regular se concentra en apenas la mitad del personal estable de las universidades”. Pero “las dos terceras partes de los recursos para investigación se canalizan a través del salario de los profesores que, en el caso de los que pertenecen a cuerpos de funcionarios, tienen tiempo financiado para estas actividades de manera permanente aunque no las realicen”.
Se financia tiempo para investigar a personas que no lo hacen y se asignan las mismas cargas docentes a todo el profesorado, con independencia de sus resultados de investigación.
Los profesores que no obtienen resultados de investigación regularmente —solo el 20% han conseguido evaluar positivamente todos los tramos de investigación que podrían haber acreditado—, pero no por ello tienen que realizar más actividad docente, pueden disfrutar durante años y años de jornadas laborales cortas.
Todos los profesores hacen docencia e investigación y les pagan tiempo para dedicarlo a ambas actividades sin controlar los resultados ni adoptar decisiones en consecuencia.
En cuanto a los incentivos para el desarrollo profesional, este depende en buena medida del apoyo del entorno próximo o del cumplimiento de requisitos establecidos por normativas generales de habilitación o acreditación que no reconocen la especialización de las universidades y departamentos. Como consecuencia de la multiplicidad de requisitos —muchos de ellos menores y otros no relacionados realmente con la actividad profesional sino con la gestión—, un profesor con potentes resultados de investigación podría no cumplir los requisitos de acreditación para que lo pudiera contratar un departamento que se orienta en esa dirección. Y un excelente docente sin méritos de investigación tampoco sería candidato a un departamento que se dedica de hecho a la formación.
De hecho, las universidades más prestigiosas del mundo son famosas tanto por su actividad investigadora como por la calidad de sus enseñanzas en determinados campos del saber y, con frecuencia, por la fama de sus cursos de posgrado. En ellos se forman los mejores especialistas y los educadores del futuro, tanto de los niveles universitarios como no universitarios. En cambio en España pocas universidades son reconocidas por su especialización en las enseñanzas de posgrado o por la calidad de sus títulos en los distintos campos del saber. “Si esto significa que para las instituciones o para los estudiantes la calidad de la formación no importa, tenemos un problema serio”.
Y lo peor de todo, a la vista de lo expuesto, es que nadie se plantea cambiarlo.
No es la primera vez que nos aventuramos en el tema de la Investigación en España. Mencionábamos en su dia que en biotecnología -la aplicación de la ciencia y la tecnología a organismos vivos- despegaba en España en lo que se refiere al número de investigadores, empresas y publicaciones científicas, pero este auge apenas se traducía en patentes. Así lo ponía de manifiesto el informe Relevancia de la Biotecnología en España 2011, elaborado por la Fundación Genoma España que analizaba la evolución del sector entre 2000 y 2010. “Las patentes siguen siendo aún muy bajas. Continuamos sin ser capaces de transformar el conocimiento”.
Resaltábamos también en su día la opinión de Santiago Hernández, catedrático de Biología de la ULPGC cuando decía que "siempre me he mostrado en contra de que se den los fondos a los rectores, el dinero se lo tienen que dar a los investigadores. Los Rectores se lo gastan en pagar a los amigos", dice. "Nunca dejamos de pedir proyectos, vivimos de eso, la Universidad y la Comunidad nunca nos ha dado un duro y hemos traído mucho dinero a esta Universidad. Seguiremos viviendo de eso", agregó. "La ciencia, nos guste o no, es competitiva y el dinero hay que dárselo a los mejores investigadores y a las mejores ideas. La Plocan, por ejemplo, son 50 millones de euros para alguien que tiene menos currículum que mi becario. Así está el país, hundido, porque se hace todo por amiguismo".
Este paisaje, de por si desolador, se ve refrendado por el referido Informe de la Fundación BBVA. Reconoce defectos inherentes a nuestra Universidad en varios aspectos, como, primero, “financiar tiempo para la investigación a todos los docentes, aunque no la realicen”; segundo, “simular que la investigación es en todos los casos clave para la selección del profesorado, aunque en realidad no vaya a ser una actividad regular y relevante en una buena parte del sistema”. A consecuencia de esa falta de reconocimiento de la mayor o menor especialización en investigación, la asignación de los recursos a la financiación de estas actividades resulta ineficiente, en perjuicio de las personas, unidades e instituciones que más las realizan.
Según los datos disponibles, “la investigación regular se concentra en apenas la mitad del personal estable de las universidades”. Pero “las dos terceras partes de los recursos para investigación se canalizan a través del salario de los profesores que, en el caso de los que pertenecen a cuerpos de funcionarios, tienen tiempo financiado para estas actividades de manera permanente aunque no las realicen”.
Se financia tiempo para investigar a personas que no lo hacen y se asignan las mismas cargas docentes a todo el profesorado, con independencia de sus resultados de investigación.
Los profesores que no obtienen resultados de investigación regularmente —solo el 20% han conseguido evaluar positivamente todos los tramos de investigación que podrían haber acreditado—, pero no por ello tienen que realizar más actividad docente, pueden disfrutar durante años y años de jornadas laborales cortas.
Todos los profesores hacen docencia e investigación y les pagan tiempo para dedicarlo a ambas actividades sin controlar los resultados ni adoptar decisiones en consecuencia.
En cuanto a los incentivos para el desarrollo profesional, este depende en buena medida del apoyo del entorno próximo o del cumplimiento de requisitos establecidos por normativas generales de habilitación o acreditación que no reconocen la especialización de las universidades y departamentos. Como consecuencia de la multiplicidad de requisitos —muchos de ellos menores y otros no relacionados realmente con la actividad profesional sino con la gestión—, un profesor con potentes resultados de investigación podría no cumplir los requisitos de acreditación para que lo pudiera contratar un departamento que se orienta en esa dirección. Y un excelente docente sin méritos de investigación tampoco sería candidato a un departamento que se dedica de hecho a la formación.
De hecho, las universidades más prestigiosas del mundo son famosas tanto por su actividad investigadora como por la calidad de sus enseñanzas en determinados campos del saber y, con frecuencia, por la fama de sus cursos de posgrado. En ellos se forman los mejores especialistas y los educadores del futuro, tanto de los niveles universitarios como no universitarios. En cambio en España pocas universidades son reconocidas por su especialización en las enseñanzas de posgrado o por la calidad de sus títulos en los distintos campos del saber. “Si esto significa que para las instituciones o para los estudiantes la calidad de la formación no importa, tenemos un problema serio”.
Y lo peor de todo, a la vista de lo expuesto, es que nadie se plantea cambiarlo.
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