viernes, 26 de febrero de 2010
SOCIEDAD INTERNACIONAL DE BIOÉTICA: CONFERENCIA DE GUSTAVO BUENO.
La Sociedad Internacional de Bioética (SIBI) inauguró ayer su ciclo de conferencias 2010 y fue el catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Oviedo, Gustavo Bueno, el encargado de hacerlo. Y de hacerlo entre críticas ya desde el mismo título de su charla: 'Fundamentalismo científico y bioética'. Con su disposición habitual, más descriptiva que prescriptiva, y acudiendo a las fuentes documentales bibliográficas, comenzó por establecer cuatro tipos de fundamentalismos históricos, todos ellos de cuño relativamente reciente.
En principio, el fundamentalismo religioso, que situó en las primeras décadas del siglo XX, abarcando las dos orillas del Atlántico y, en consecuencia, la vertiente tanto protestante como católica. Por lo que se refiere al fundamentalismo protestante americano, habría surgido «a modo de reacción frente a la teología liberal que prosperaba en la época». Y un signo semejante tiene la encíclica del papa Pío X, que en 1907 «condena el modernismo y se opone a interpretaciones bíblicas desmitificadoras, como la de Renan».
Curioso resulta que posteriormente los fundamentalistas religiosos acudieran al mismo concepto para definir a científicos de la corriente de Hungtington, tildados asimismo de fundamentalistas por sus propuestas -entre otras- sobre la eugenesia. Así como a la escuela de la psicología conductista, a la que se denominó behaviorismo, y que Gustavo Bueno dibujó a la manera de «una psicología sin alma», concernida exclusivamente por los hechos.
Un tercer tipo sería el fundamentalismo democrático, que a juicio del profesor Bueno se extiende, particularmente en España, tras la caída de la URSS y en vísperas de las elecciones que llevaron a La Moncloa al presidente José María Aznar. A ese respecto, acusó directamente al grupo Prisa y a Felipe González de «extender la idea de que, en el fondo, aunque los hubiera votado el mismo pueblo que había sostenido al PSOE varias legislaturas, los nuevos gobernantes eran criptofranquistas».
Por último, habló del fundamentalismo primario, consistente en suponer que «la democracia es el fin de la historia, a lo que se añaden desvaríos que ponen el apellido democrático para todo, arte democrático u orgasmos democráticos», alusión la última a unas declaraciones del dirigente socialista Pedro Zerolo.
Opuso a ese fundamentalismo, un contrafundamentalismo que no sacraliza la democracia y una idea de cultura que «no es la de los concejales de cultura, a los cuales si les preguntas qué significa cultura, te miran de forma rara». Al paso, explicó que si le preguntan si es demócrata, la interrogación se aparte de lo importante. En todo caso, «la democracia funciona en este momento tecnólogico, pero eso no es fundamentalismo, sino funcionalismo».
Con ánimo de una mayor concreción, afirmó que el fundamentalismo científico aparece «en contextos bioéticos». Y la propia Bioética, comparecería «después de la Guerra Fría, en los años 70, para abordar problemas objetivos que estaban encomendados a otras disciplinas: la eugenesia, la ecología, el aborto, la clonación...». El problema estribaría en que la Bioética «es una de las ideas más confusas que existen, pues si se refiere a una conducta que va buscando el bien, ¿qué es el bien?. En la biocenosis, por ejemplo, sería la lucha a muerte por la propia vida...».
También opinió Bueno sobre la recién aprobada Ley del Aborto. A su juicio «tan bioética es la resolución de la comisión de científicos nombrada ad hoc por el Gobierno, como los postulados que mantiene la Conferencia Episcopal. Y, sin embargo, son dos puntos de vista imposibles de conciliar».
Un apunte en cuanto a la ley de plazos: «Al decidir que sean catorce o dieciséis semanas las consideradas legales para abortar, lo que ignoran es que el supuesto les viene, por vía inconsciente, de Santo Tomás y Aristóteles, los cuales creían en una época anterior al microscopio que hasta esas fechas no existía vida, sino un embrión coagulado, sin forma».
Frente a esas disyuntivas, planteó la formulación de una bioética antrópica, «que coloca al hombre en el centro de la biosfera», y una bioética anantrópica, «que consideraría al hombre una plaga más, como la de la langosta».
De nuevo, un antagonismo irresoluble, que le llevó a repetir la tesis de que «la bioética ni es ciencia, ni puede serlo; sólo una colección de problemas, con soluciones contradictorias». Por lo que apeló a «una bioética materialista y coherente, que está alejada de las síntesis armónicas».
En una última consideración del tiempo crítico en el que vivimos, conjeturó que «tras la crisis actual, vendrán cambios, pero serán graduales».
En principio, el fundamentalismo religioso, que situó en las primeras décadas del siglo XX, abarcando las dos orillas del Atlántico y, en consecuencia, la vertiente tanto protestante como católica. Por lo que se refiere al fundamentalismo protestante americano, habría surgido «a modo de reacción frente a la teología liberal que prosperaba en la época». Y un signo semejante tiene la encíclica del papa Pío X, que en 1907 «condena el modernismo y se opone a interpretaciones bíblicas desmitificadoras, como la de Renan».
Curioso resulta que posteriormente los fundamentalistas religiosos acudieran al mismo concepto para definir a científicos de la corriente de Hungtington, tildados asimismo de fundamentalistas por sus propuestas -entre otras- sobre la eugenesia. Así como a la escuela de la psicología conductista, a la que se denominó behaviorismo, y que Gustavo Bueno dibujó a la manera de «una psicología sin alma», concernida exclusivamente por los hechos.
Un tercer tipo sería el fundamentalismo democrático, que a juicio del profesor Bueno se extiende, particularmente en España, tras la caída de la URSS y en vísperas de las elecciones que llevaron a La Moncloa al presidente José María Aznar. A ese respecto, acusó directamente al grupo Prisa y a Felipe González de «extender la idea de que, en el fondo, aunque los hubiera votado el mismo pueblo que había sostenido al PSOE varias legislaturas, los nuevos gobernantes eran criptofranquistas».
Por último, habló del fundamentalismo primario, consistente en suponer que «la democracia es el fin de la historia, a lo que se añaden desvaríos que ponen el apellido democrático para todo, arte democrático u orgasmos democráticos», alusión la última a unas declaraciones del dirigente socialista Pedro Zerolo.
Opuso a ese fundamentalismo, un contrafundamentalismo que no sacraliza la democracia y una idea de cultura que «no es la de los concejales de cultura, a los cuales si les preguntas qué significa cultura, te miran de forma rara». Al paso, explicó que si le preguntan si es demócrata, la interrogación se aparte de lo importante. En todo caso, «la democracia funciona en este momento tecnólogico, pero eso no es fundamentalismo, sino funcionalismo».
Con ánimo de una mayor concreción, afirmó que el fundamentalismo científico aparece «en contextos bioéticos». Y la propia Bioética, comparecería «después de la Guerra Fría, en los años 70, para abordar problemas objetivos que estaban encomendados a otras disciplinas: la eugenesia, la ecología, el aborto, la clonación...». El problema estribaría en que la Bioética «es una de las ideas más confusas que existen, pues si se refiere a una conducta que va buscando el bien, ¿qué es el bien?. En la biocenosis, por ejemplo, sería la lucha a muerte por la propia vida...».
También opinió Bueno sobre la recién aprobada Ley del Aborto. A su juicio «tan bioética es la resolución de la comisión de científicos nombrada ad hoc por el Gobierno, como los postulados que mantiene la Conferencia Episcopal. Y, sin embargo, son dos puntos de vista imposibles de conciliar».
Un apunte en cuanto a la ley de plazos: «Al decidir que sean catorce o dieciséis semanas las consideradas legales para abortar, lo que ignoran es que el supuesto les viene, por vía inconsciente, de Santo Tomás y Aristóteles, los cuales creían en una época anterior al microscopio que hasta esas fechas no existía vida, sino un embrión coagulado, sin forma».
Frente a esas disyuntivas, planteó la formulación de una bioética antrópica, «que coloca al hombre en el centro de la biosfera», y una bioética anantrópica, «que consideraría al hombre una plaga más, como la de la langosta».
De nuevo, un antagonismo irresoluble, que le llevó a repetir la tesis de que «la bioética ni es ciencia, ni puede serlo; sólo una colección de problemas, con soluciones contradictorias». Por lo que apeló a «una bioética materialista y coherente, que está alejada de las síntesis armónicas».
En una última consideración del tiempo crítico en el que vivimos, conjeturó que «tras la crisis actual, vendrán cambios, pero serán graduales».
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario