lunes, 1 de febrero de 2010

SEAMOS COHERENTES

La polémica sobre el aborto vuelve a estar sobre la mesa. Ha permanecido dormida en nuestra conciencia, recostada sobre una ley que no se cumplía en ninguno de los dos extremos de su vara. Ahora ha despertado de forma brusca, y de igual manera que nos sobresalta de madrugada algo inesperado, un proyecto de ley inopinado y sorprendente nos deja desorientados y extraños.
Sin embargo, pese a lo prematuro ya podemos ver confeccionado el traje que estará a disposición de quien voluntariamente quiera ponérselo. Eso es indudable. Pero a pesar de eso, ¿no tenemos derecho a opinar?
En ocasiones la tozuda realidad se antepone a nuestros deseos. Es lo que ocurre con esta Ley. Quisiéramos que la realidad fuera otra y así salvar nuestras conciencias. Pero aunque la miremos de soslayo va a permanecer a nuestro lado, impertérrita, ajena a nuestras cuitas y preocupaciones. En silencio… Entonces es necesario, en un ejercicio de supervivencia, crear otra realidad.
El rigor científico nos amenaza: la semántica nos defenderá. Hagamos una minusvaloración de contenidos. Podemos hablar entonces de “producto”, de “amalgama de células”, de algo que “no siente, ni padece”. En fin, cerremos los ojos. Pero ella, la realidad, permanece todavía, quieta y segura, a nuestra vera, y nos susurra al oído que todos aquéllos eufemismos significan realmente “ser vivo de la especie humana”. No hablamos de persona. No hablamos de dignidad. No es el momento. Simplemente hablamos de un ser vivo. Entonces la polémica se torna falsa.
¿Porqué no afrontar con gallardía nuestras razones?, ¿porqué no ser coherentes?, ¿porqué negar la evidencia científica? Admitirlo sería perder la guerra, y hacer decaer el derecho a decidir de la mujer frente a un derecho a la vida, siempre superior. No hablo de Derecho, no hablo de Filosofía. Hablo de Vida.
Y aquí viene la honestidad … o la mezquindad. Reconozcamos la realidad y admitamos que somos unos egoístas utilitaristas. Frente al derecho a la vida del nasciturus, oponemos nuestro interés, siempre legítimo aunque no sea justo, porque en nuestro entender es un mal menor, pero mal al fin, frente a unas consecuencias que entendemos de valor superior al sacrificio. Seamos consecuentes, seamos coherentes y admitamos que en esa terrible elección, optamos por la que menos daños creemos que nos hace, pero no ocultemos la realidad con una máscara que alivie nuestros corazones. Es el libre albedrio, es la autonomía, es la dignidad, es ser personas, y asumir el peso de nuestras acciones. Elegimos.
No puede extrañarnos este modo de entender las cosas. El modo de actuar utilitarista nos rodea. No enjuiciamos las acciones sino los resultados de ésta. Sólo en el momento que las consecuencias no nos satisfagan prestaremos atención a la acción de la que trae causa. Si así actuamos constantemente, ¿porqué no hacerlo también respecto al aborto?

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